martes, 19 de abril de 2016

Qué pena

Qué pena...

Qué pena de tener vida cuando lo único que se quiere es no despertar.
Qué pena de despertar cada mañana a su lado y no poder disfrutarlo.
Qué pena de no disfrutarlo cuando, en otra época, ese fue mi mayor sufrimiento.

Qué pena de no ser capaz de quedarme sin respiración como me ocurría antes.
Qué pena de estar en este agujero y no poder salir, como otras veces lo hice.
Qué pena de estar tan enterrada en vida, que ni fuerzas tengo para interactuar con nadie .
Qué pena de ser tan cobarde y tener tanto miedo a quitarme la vida... por si duele, qué ironía.
Qué pena sentir esta pena que me alimenta, y que lo único que hace es apagarme más.
Qué pena sentirme tan sola, porque nadie entiende mi dolor, porque le quitan importancia, porque se cansan de él, porque soy la única a la que le duele esto...
Qué pena me da dormir, porque ni siquiera en sueños me libro de mi dolor.
Qué pena me doy de mí misma, porque no me reconozco, porque era luchadora, porque era tenaz y valiente, porque me importaban las personas... pero ahora ya no me importa nada ni nadie, este dolor que llevo por dentro me consume y cada vez estoy más vacía. 

Sólo quiero que pare...
Sólo quiero descansar...
Sólo quiero morirme...


sábado, 2 de abril de 2016

El mayor ejemplo

Cuando nos dieron la noticia, ninguna de las dos reaccionó, no sé si porque no éramos capaces o porque no sabíamos cómo, simplemente nos quedamos calladas, en aquella estéril consulta, donde el silencio sólo se vio roto por el diagnóstico de aquella doctora: "Buenos días, no tengo buenas noticias, tienes un cáncer de mama". Después de escuchar esas palabras, perdí la noción de la realidad, no entendía cómo se podía decir algo así de aquella manera, sin atisbo de empatía o sentimiento alguno.

Pasaron los minutos sin darme cuenta. Cuando fui consciente de donde estaba, me encontraba en el coche de mi padre camino de casa, sin poder articular palabra y sin ser capaz de mirar a la cara a ninguno de los dos. Sólo podía pensar en lo que venía, me imaginaba a mi madre con el pañuelo en la cabeza, débil, vomitando por los efectos secundarios de la quimio.

Llegamos a casa y no quise almorzar, lo único que quería era salir de allí para llorar, para gritar, para romper algo, me preguntaba que por qué a ella, por qué le tocaba a mi madre aquel trago, por qué aquella lotería maldita cayó en ella, en la criatura más dulce que había conocido en mi vida...

Pero ella estaba como si tal cosa, como si le hubieran dicho que tenía que quitarse las amígdalas, nunca se preguntó por qué ella, nunca se autocompadeció, nunca derramó una sola lágrima, nunca dijo que tenía miedo... mientras los que estábamos a su alrededor lo estábamos pasando peor que mal. Tuvo la fuerza que nos faltó a todos, fue el pilar que nos mantuvo en pie y le quitó importancia a la palabra "cáncer".

Mi madre es una heroína, no sólo por haber conseguido la meta de vencer al cáncer, sino por lo que fue dejando por el camino.