sábado, 2 de abril de 2016

El mayor ejemplo

Cuando nos dieron la noticia, ninguna de las dos reaccionó, no sé si porque no éramos capaces o porque no sabíamos cómo, simplemente nos quedamos calladas, en aquella estéril consulta, donde el silencio sólo se vio roto por el diagnóstico de aquella doctora: "Buenos días, no tengo buenas noticias, tienes un cáncer de mama". Después de escuchar esas palabras, perdí la noción de la realidad, no entendía cómo se podía decir algo así de aquella manera, sin atisbo de empatía o sentimiento alguno.

Pasaron los minutos sin darme cuenta. Cuando fui consciente de donde estaba, me encontraba en el coche de mi padre camino de casa, sin poder articular palabra y sin ser capaz de mirar a la cara a ninguno de los dos. Sólo podía pensar en lo que venía, me imaginaba a mi madre con el pañuelo en la cabeza, débil, vomitando por los efectos secundarios de la quimio.

Llegamos a casa y no quise almorzar, lo único que quería era salir de allí para llorar, para gritar, para romper algo, me preguntaba que por qué a ella, por qué le tocaba a mi madre aquel trago, por qué aquella lotería maldita cayó en ella, en la criatura más dulce que había conocido en mi vida...

Pero ella estaba como si tal cosa, como si le hubieran dicho que tenía que quitarse las amígdalas, nunca se preguntó por qué ella, nunca se autocompadeció, nunca derramó una sola lágrima, nunca dijo que tenía miedo... mientras los que estábamos a su alrededor lo estábamos pasando peor que mal. Tuvo la fuerza que nos faltó a todos, fue el pilar que nos mantuvo en pie y le quitó importancia a la palabra "cáncer".

Mi madre es una heroína, no sólo por haber conseguido la meta de vencer al cáncer, sino por lo que fue dejando por el camino.



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