lunes, 22 de abril de 2013

Mi Grey particular

Estaba de pie, junto a la encimera, amasando los ingredientes del postre que estaba preparando, cuando sin previo aviso, sentí un delicado cosquilleo en la nuca, un sutil roce que me erizó la piel del cuello y que se extendió por todas mis extremidades. Cerré los ojos y noté la calidez de su presencia junto a mi oído, el contraste de un leve soplido de aire fresco, la humedad templada de su lengua y la prisión de sus incisivos alrededor del lóbulo de mi oreja. De repente, mis caderas se hallaron recorridas por sus manos, que buscaban sin prisa un atisbo de piel entre mi ropa, haciendo que me retorciera impaciente por sentir su suave tacto sobre la curva que dibujaba mi cintura y que tan loco le volvía. Cuando por fin nuestras pieles se pusieron en contacto, mi cuerpo cedió y quedé apoyada en la encimera, las piernas me temblaban mientras sus dedos se deleitaban en recorrer, con un rítmico vaivén, mi vientre y mi espalda; lo único que me mantenía en pie era la fuerza que él hacía mientras me aprisionaba entre su cuerpo y la encimera. Empezó a recorrer mi cuello despacio, con besos tenues y sosegados, el roce áspero de su barba de dos días me hacía estremecer mientras me atrapaba apretando su cuerpo contra mis nalgas y, poco a poco, sus labios dejaron paso a su lengua que, juguetona, me recorría, y ésta a sus dientes, que comenzaban a morder desesperados la piel de mi garganta, a la vez que sus manos me impedían mover la cabeza para mirarle o besarle. Me quitó la camiseta y su boca siguió paseándose por mi cuerpo, desesperada, primero los hombros y después la espalda, alternando el juego de su lengua, sus labios y sus dientes. Sentí un tirón y me vi libre del sujetador, de repente sus manos se encontraron en mi cintura y con un movimiento rápido me giró, quedándonos frente a frente, por fin podía besarle... pero no lo hice. Me sentía cada vez más excitada y la combinación del fuego que veía en sus ojos junto con su boca entreabierta, me hacían enloquecer, no bastaba un simple beso, ni siquiera uno apasionado, acerqué mi boca a la suya y mordí su labio inferior hasta que dio un leve grito de dolor, sus manos estaban en mi cintura y se turnaban acariciando mi espalda desnuda y apretándome contra él... 

Fue en ese momento cuando empezamos a devorarnos, cuando nuestros instintos más básicos afloraron, cuando su boca, como la de un niño pequeño, buscaba mis pechos, pero para morderlos hasta hacerme gritar, cuando arañé su espalda hasta dejarle las marcas de mis uñas y mordí sus brazos hasta que le salieron cardenales... fue en ese momento cuando la pasión que nos embargaba fue tal, que las caricias se quedaban cortas y los besos nos sabían a poco, tanto fue así, que las caricias se vieron convertidas en guantadas y zarpazos, y los besos en mordiscos...

Hoy me duelen los pezones y tengo el culo morao', las agujetas me matan y voy a tener que ponerme una camiseta de cuello vuelto, pero estoy deseando repetir...


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