jueves, 4 de octubre de 2012

La puerta J49

"Serían las dos de la madrugada de cualquier invierno, sólo recuerdo que era martes, en un perdido pueblo del norte, hace ya algunos años. Había intentado dormir al atardecer, pues me quedaban más de cuatrocientos kilómetros de coche por delante, hasta llegar a Madrid, solo, en la oscuridad, con el frío reflejado en el panel del coche...y en lo más profundo de mi interior.

Mirando la hora, vi que aún no eran las dos de la madrugada, y mi mente no me dejaba dormir, o quizá fuera el remordimiento por las cosas mal hechas, de los problemas autocreados por el ímpetu de las modas absurdas y tradiciones anacrónicas. Pero lo cierto es que se encontraban acostados conmigo, metidos en lo más profundo de mi mente, y constantemente me repetían "no vas a dormir, no vas a dormir". Me levantaba, miraba por la ventana, el paisaje era oscuro, no había nadie, era un pueblo fantasma, ni una luz, ni un ruido, sólo el coche que me tenía que llevar hasta la capital y al que, entre cigarro y cigarro, llegué a ver como mi único compañero en este mundo. Sólo estábamos él y yo, y todo un cúmulo de pensamientos, recuerdos y angustias que me iban matando poco a poco y contra los que me veía obligado a luchar, porque tenía que cumplir con mi deber, no había elección... Tenía que llegar a Madrid sí o sí antes de amanecer.

Pasada esa hora de reflexiones sobre lo que no me dejaba descansar, no aguanté más, me duché, tomé un café, me disfracé de ejecutivo triunfador, apagué todas las luces de la casa, cerré puertas y salí de allí hasta el que era mi único compañero: el coche. Había hecho ese trayecto muchas veces, pero esa noche era especial, la mente no me dejaba vivir, la angustia me quemaba, me comía, me mataba por dentro, la soledad, mi disfraz, los remordimientos y la depresión se encargaban de hacerme el viaje lo menos ameno posible, hasta el punto que ni siquiera la radio me hacía compañía, no había nada, no existía nada...

Me quedaban unos setenta kilómetros hasta llegar a la autopista, setenta kilómetros de pueblos solitarios, sin un alma, sin una luz, lo único que había era nada, un martes de invierno, quién, más que yo mismo, iba a estar a esas horas por ahí... No quería parar, sólo quería llegar a la autopista y una vez allí, no parar hasta Madrid. La ansiedad por ver algo o a alguien me mataba, no quería sentirme tan solo, no quería ser un borrego disfrazado de triunfador, con corbata y traje de marca, no quería descubrir lo equivocado que había estado, la cantidad de tiempo perdido intentando convertirme en el hombre ideal y triunfador que otros había inventado para mí.

El trayecto fue duro, pero sobre las seis de la mañana llegué al aeropuerto de Madrid, mi avión no salía hasta las ocho y media, así que me quedaban dos horas y media por delante. Una larga espera, pero al menos me quedaba el consuelo de que había gente, no estaba solo, busqué la cafetería más llena y me metí en ella, buscando el calor de las personas, intentando calmar la soledad que me mataba, observando si alguien respondía a mi mirada... Pero no, la mayoría iban disfrazados, al igual que yo, sólo miraban sus móviles, sus tablets... y gesticulaban, sin hablar con nadie más que con ese dichoso artilugio.

Todavía quedaba bastante para el embarque y el cansancio se hacía notar, así que fui a comprar la prensa, leer un poco, dejar pasar el tiempo... ¡qué idea la mía! El periódico sólo hizo que me metiera aún más, si era posible, en mi soledad. Pasados unos minutos me dirigí al panel de información para comprobar si habían puesto la puerta de embarque de mi vuelo, y, por fin, allí estaba: era la J49 de la terminal 4, uff, "qué suerte", pensé, me ahorro el trenecito hasta la satélite, a ver si puedo dormir algo en el vuelo.

Caminé hasta la puerta J49, allí me senté a esperar el embarque, rodeado de impersonalidad, rodeado de prototipos humanos disfrazados igual que yo, que sólo miraban sus artefactos sustitutos de personas, intentando apagar la soledad y la falta de humanidad que transmiten la mayoría de aeropuertos, y más aún, un martes de invierno a esas horas... Y allí seguía yo, sentado, esperando embarcar, dando vueltas a la cabeza, mirando mis artefactos diabólicos, sintiéndome cada vez más destrozado tanto física como mentalmente y, de repente, vi cómo se acercaba una pareja joven que no iba disfrazada, rebosaban felicidad por los cuatro costados, creo que fui el único que se fijó, el único que levantó la vista y vio esas caras, esas miradas brillantes, y sentí una envidia que no puedo describir con palabras, el mayor vacío interior que jamás he sentido en mi vida, y fue entonces cuando, allí en la puerta J49 de la T4, empecé a darme cuenta de que tenía sentimientos humanos, que no todo estaba acabado, que aún estaba a tiempo, que podía salir de aquello, que podía vivir bien sin tener que ser el hombre prototipo ideal de nadie... y me vino una visión, un sueño, un deseo...

Fue entonces cuando memoricé la puerta J49, la silla exacta donde estaba sentado, me quité la corbata, me quité la chaqueta, apagué los aparatos infernales que llevaba, y me vino a la mente mi viaje perfecto, y me hice la promesa de que un día caminaría por ese aeropuerto como esa pareja, y que al pasar por la puerta J49 reiría y recordaría aquella mañana de un martes de invierno, que haría cómplice de este sueño a la persona que en ese momento me acompañara y le entregaría esta carta, esta historia, para darle las gracias por haber hecho ese sueño realidad.

Decir que este sueño aún no se ha cumplido, pero he dado los pasos para que se cumpla, y aunque es un camino muy largo y lleno de dificultades, mi vida desde aquel día ha cambiado y mucho, ya visto como las personas, ya encontré mi sitio, ya descubrí cómo ser feliz, así que el sueño, el deseo de aquel día, está en camino, cada vez más cerca".

Esta publicación la escribo en nombre de alguien que me lo pidió. Quería compartir su historia con todo el que esté dispuesto a leerla. Desde aquí, le doy las gracias por confiar en mí y le deseo de todo corazón que cumpla su sueño y lo disfrute, porque lo mejor y más difícil es eso, disfrutar de eso que se anhela desde hace tanto tiempo.


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