sábado, 20 de octubre de 2012

Sola entre la gente

Esta mañana estaba ojeando mi Facebook y me he con topado el caso de Amanda Todd, sé que la noticia tiene unos cuantos días, pero he buscado información sobre lo que le ocurrió a esta niña y me he encontrado con algo que, por desgracia, me es de sobra conocido...

Esta chica hizo algo de lo que no tardó en arrepentirse y como consecuencia sufrió el acoso de un desconocido, y lo que es peor, de los que ella pensaba que eran sus amigos... y es que eso del "bullying", algo que lleva existiendo muchos años pero que ahora, al tener un anglicismo que lo define, nos hace tener más conciencia social, te destroza, te destruye como persona, te quita las ganas de vivir...

De pequeña, era la típica niña gordita con cara de inocente, y no sólo la cara, era de esas niñas que no pillaban una y que eran muy infantiles. Cuando empecé el colegio tenía cuatro años, recuerdo la intensidad de las dos primeras semanas: los madrugones, el trayecto en autocar, los compañeros y compañeras de clase, los recreos... recuerdo que pensé para mis adentros que era lo mejor que había conocido, porque donde yo vivía no tenía vecinos ni primos con los que jugar y además soy hija única, así que tenía la oportunidad de estar con niños y niñas de mi edad, cosa que desconocía por completo... pero, de repente, un día todo cambió. Una mañana, al ir al colegio en el bus, me sentaron junto a una niña de mi clase, como éramos muchos, nos ponían muy apretados y se ve que a ella no le hizo mucha gracia que me colocaran allí... recuerdo que ese fue el comienzo de todo. Empezó a pellizcarme para echarme fuera del asiento, me tiró del pelo durante todo el camino y me dio patadas y puñetazos, al principio aguanté un poco, pero después acabé "chivándome" a la profesora que iba en el autocar, así que la castigaron. Mi mala suerte hizo que esa niña fuera de las llamadas "populares", de esas que tienen una pandillita de monos imitadores a su alrededor... a partir de ese día mi vida fue un infierno. Al principio sólo fueron insultos, nadie me hablaba, y los pocos que lo hacían era para ofenderme, para llamarme gorda, foca o subnormal, empezaron a desaparecer mis libros y mis cuadernos y cuando reaparecían, lo hacían llenos de pintadas, de palabrotas que ni siquiera sabía lo que significaban, con las portadas rotas o llenos de escupitajos. Recuerdo que no podía pedirles ayuda con los deberes a mis padres, porque me daba vergüenza que vieran los libros y los cuadernos, recuerdo que un día mi madre me estaba guardando el bocadillo en la mochila y vio el libro de matemáticas destrozado, recuerdo que me cayó una bronca monumental y recuerdo que no podía justificarme. Después llegaron los empujones, las zancadillas y demás agresiones que podían parecer accidentales, de ese modo, si se me ocurría decirle algo a algún profesor, había un grupo de unos veinte o treinta niños que dirían que fue sin querer, y sería su palabra contra la mía. Pasados un par de meses, la cosa fue yendo a peor, recuerdo un día muy frío de noviembre en el que tuve que volver a casa sin abrigo porque había desaparecido misteriosamente, recuerdo la bronca de mis padres al enterarse, recuerdo los castigos, recuerdo a mi madre gritándome con las lágrimas saltadas que no sabía qué hacer conmigo, recuerdo que quería decirle que no era mi culpa... Ese mismo mes, los accidentes pasaron a ser palizas en toda regla, un miércoles en el autocar, me sujetaron entre cuatro para dejar a los otros siete que se desahogaran a gusto conmigo, aún siento el dolor de las patadas y puñetazos en el estómago y en la espalda, recuerdo que al llegar a casa, mi madre quiso bañarme y le tuve muy malas contestaciones para que se enfadara y no lo hiciera, recuerdo mirarme al espejo estando ya sola, recuerdo ver todo mi cuerpo lleno de cardenales, recuerdo llorar en silencio y hacer un gran esfuerzo para meterme en la bañera. Llegó un momento en que no me sentía segura ni en mi propia casa, me dejaban notas en el buzón o me llamaban por teléfono para insultarme, pero lo peor era cuando descolgaban mis padres, les contaban no sé qué historias y al final era volver a lo de siempre, más dolor y más reproches que no podía rebatir. 

Durante ocho años, los únicos periodos de tiempo en los que podía olvidarme un poco de todo este infierno eran las vacaciones de verano y las de Navidad, me daba pánico que llegara septiembre y todos los años tenía la esperanza de que en el siguiente curso cambiara algo... pero ese cambio nunca llegaba. Lo peor no eran los golpes ni las humillaciones, lo peor era la soledad, saber que no tenía a nadie que pudiera entenderme, nadie con quien hablar, sentir que no valía nada y que hasta mis padres estaban hartos de mí. Todavía no he logrado entender cómo unos niños pequeños pudieron marcar tanto mi vida, aún no he olvidado sus nombres y sé que nunca lo haré. Me hicieron perder mi infancia y mi inocencia, pero ahora soy como soy por ellos, y aunque no les agradezco en absoluto esos años, han hecho que me dé cuenta de lo fuerte que puedo llegar a ser.

Con esta entrada no pretendo dar pena, no pretendo contar mi historia, ni aparentar lo que no soy. En estos casos no vale eso de intentar ponerse en el pellejo del otro, no sirve de nada la empatía, ni la lástima, sólo el que ha pasado por eso sabe lo que es. En estos momentos, me gustaría que no sólo leyeran mi blog adultos, sino también niños y adolescentes, para que, si conocen un caso de éstos, no miren hacia otro lado y no contribuyan a hacer un infierno de la vida de nadie. 


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