martes, 2 de octubre de 2012

Al día

En los tiempos que corren, aquél que no tiene móvil es un bicho raro, aunque también es verdad que algunos lo son y tienen el último grito en tecnología... Yo tenía un amigo que cuando le preguntaban si tenía móvil, contestaba que no, pero que tenía grapadora, todo fue echarse novia y unirse al resto de masas. 

Y es que hoy en día, el que no tiene móvil, no tiene vida social. Mi abuela, una mujer más que octogenaria, tiene uno de esos condenados aparatitos, no le da al whatsApp porque su vista no se lo permite, pero está todo el día enganchada, más que nada se dedica a mirar la hora y a preguntarle a la gente que tiene alrededor que qué significa el sobrecito que le aparece en pantalla junto al letrero de amena, pero ella es feliz así, porque puede decir que tiene móvil. Cuando salgo a la calle, pase por donde pase, me encuentro a alguna persona caminando con el cacharrito en las manos y observo su comportamiento: algunos tropiezan porque no han visto el bordillo, otros sonríen por lo que están viendo o leyendo y otros, simplemente lo sacan rápidamente para disimular y no saludar a algún conocido con el que se han cruzado. Los niños no iban a ser menos, hasta mi sobrino de tres años tiene móvil, eso sí, el suyo es de esos que tienen caramelos en su interior, pero él está muy contento porque puede llamar a su madrina cuando lo necesite.

Yo no tengo uno de esos smartphone en el que puedes mirar el correo, el facebook, el twitter, usar el shazam o descargar una aplicación que calcule el ritmo de crecimiento de las uñas de los pies. No, yo tengo un ladrillo de los de antaño, eso sí, con whatsApp, que sino no tendría vida social... Yo tengo un móvil pirata y lo de pirata es literal, porque tiene un parche. Hace unos meses sufrió un pequeño accidente, le cayeron encima 67 kilos de patinadora que lo arrastraron por el suelo tres o cuatro metros. El resultado: pantalla partida, una mancha negra que me oculta la mitad de la visión, aunque, por suerte, sigue funcionando. Con el paso del tiempo, esa mancha se ha ido extendiendo y ya no puedo darle al móvil el uso que me gustaría. Mis conversaciones por whatsApp no dejan indiferente a nadie que se atreva a chatear conmigo: ya nunca sé cuándo escribo "sus muelas" o "sus ovejas" y en más de una ocasión, le he confesado mis más ardientes deseos a la persona equivocada. Esa dichosa mancha tampoco me deja ver quién me llama, hace un par de semanas envié un correo a cadena100 para participar en "no digas hola" y cada vez que descuelgo el teléfono contesto "estoy escuchando cadena100", a mi jefe eso no le hace mucha gracia... Otra cosa de la que estoy privada es de poder ver la hora en el móvil, anoche ya ocurrió lo inevitable: mi ladrillo se quedó sin memoria, de modo que no pude poner el despertador, se ve que le costaba mucho al aparatito concederme esa licencia. Así que a la una de la madrugada, estaba a oscuras buscando un reloj de muñeca "casio" que no usaba desde hace unos doce años y que recordaba tener guardado por algún rincón de mi cuarto, y no podía encender la luz porque ya estaban todos acostados. Después de fastidiarme el dedo gordo de un pie y romper una figurita de cristal, encontré el dichoso reloj y puse la alarma para que me despertara a las ocho de la mañana... cuando empezó a sonar, vi que aún era de noche, pensé que estaría nublado, así que me levanté de la cama y bajé a desayunar, a los cinco minutos escuché pasos por la escalera y apareció mi padre, que entraba a trabajar a las seis de la mañana... Desde anoche, ya no sé si puedo seguir echándole la culpa de todo lo que me pasa al móvil...


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