viernes, 24 de agosto de 2012

Bajo la almohada

Qué susto me llevé. Me desperté esta noche, serían las cuatro de la madrugada o así, no lo vi bien porque tenía los ojos pegados y es que a esa hora debía estar durmiendo. Estaba tumbada boca arriba, estirada, por si así conseguía captar un poco de fresco en la noche, cosa de la que no había ningún rastro. Debido a las altas temperaturas, decidí cambiar la postura de descanso de mi cuerpo y me giré hacia la derecha. Siguiendo mi costumbre, metí la mano derecha debajo de la almohada y encontré algo, algo grande, duro, pero de tacto suave. Era algo ancho, de gran superficie pero poco grosor y además, tenía algo parecido a unos rollitos por todo su alrededor.

Al fin caí en la cuenta...era una mano, sí, una mano. El sueño y el calor se me pasaron en ese mismo momento. Me levanté de la cama de un salto. Grité, grité mucho. El corazón se me iba a salir por la boca... Estando de pie empecé a pensar, sí, a pensar, aunque en ese momento me costó mucho, pero me tranquilicé por fin. Retiré la almohada...No había nada. Fue entonces cuando me percaté de que no sentía la mano izquierda. ¡La tenía dormida!. Por fin mi cerebro empezó a unir las piezas del puzzle.

Sí, ya lo sé...si no estuviera tan cuajada no me habría pasado eso, pero es lo que tiene estar medio dormida, todo parece posible. ¿Cómo iba a saber yo que la mano que había debajo de la almohada era mi mano izquierda? ¿Cómo iba a saber yo que mi mano izquierda estaba tan dormida que no la sentía ni al pellizcarla?

Desde entonces duermo sin almohada. Lo próximo que tengo que mirar es la tarántula de cincuenta centímetros que se esconde en el altillo que hay encima de mi cama. Pero eso será otro día.

Albert Einstein dijo muy acertadamente: "Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Y no estoy totalmente seguro de lo primero".


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